
CIUDAD DE MÉXICO, 6 de diciembre.- A los 95 años de edad, Rolihlahla, el hombre que hizo añicos el régimen racista de Sudáfrica, murió sin ejercer el derecho a ser conocido por su verdadero nombre. A pesar de ello supo convertir el sobrenombre de “Nelson”, que le impuso su maestra de primaria, en un símbolo mundial de dignidad. Su legado más importante que sigue vivo en la Constitución.
Una herencia que la clase política que lo sustituyó parece no querer recordar, como revelan las denuncias de la prensa local encabezadas por las del caricaturista Johnathan Zapiro Shapiro, quien ganó fama mundial en 2006 al castigar al actual presidente, Jacob Zuma, con el ridículo y con la crónica cotidiana de sus abusos de poder y denuncias de fraude.
No en vano Zapiro se adelantó al engrandecimiento de la figura y el legado de Mandela luego de su desaparición física, dibujándolo frecuentemente como un gigante junto a políticos y sudafricanos de tamaño diminuto. Y como si hubiese adivinado lo que vendría después de él, Mandela dejó por escrito y en video el relato de su trayectoria de vida para las generaciones futuras.
Cuando fui a la escuela la señora profesora miss Mtingane preguntó ¿cuál es tu nombre? Le dije: mi nombre africano, ‘Rolihlahla’. Ella respondió: ‘No, ese no lo quiero, debes tener un nombre cristiano. Yo le dije que no tenía ninguno. Entonces decretó: ‘de hoy en adelante vas a ser Nelson’”, relató en 2005 el propio Nelson Mandela para el documental The Life of Nelson Mandela, que fue distribuido por Naciones Unidas.
Pero de nada le sirvió porque a mediados de los años 70, con la ley en la mano, las autoridades racistas sudafricanas le arrebataron su nuevo nombre cristiano para imponerle sólo un número, el del preso 46664 que él también hizo mundialmente famoso.
De nada sirvió tampoco que las autoridades racistas lo encerraran —según ellas “de por vida”— en una celda de 5.04 metros cuadrados para convertirlo en una máquina humana rompe piedras de la prisión de alta seguridad de la Isla de Robben, porque lo único que lograron fue atizar su necesidad de justicia.
Porque la historia demostró que las mazmorras de esa isla-prisión no pudieron doblegar al preso 46664 que con el paso del tiempo —27 años— se ganó el reconocimiento de la mayoría de los sudafricanos que lo arrebataron a sus captores sin retroceder ante la prolongada y sangrienta represión del régimen racista.
No nací con hambre de ser libre. Nací libre”, escribió Mandela.
Un concepto que el régimen del apartheid tuvo que entender a gritos o a través de los acordes de la canción Free Nelson Mandela (Liberen a Nelson Mandela) del compositor inglés Jerry Dammers, que la juventud de todo el mundo empezó a bailar desde marzo de 1984.
O a través de la música de los marginados inmigrantes jamaiquinos de Londres, y en especial la música de Bob Marley quien, de plano, lanzó el grito de guerra de liberación de los negros con Africa Unite, Zimbabwe o con Buffalo Soldier sobre los batallones de negros que fueron enviados a apoyar la colonización de territorios del oeste de Estados Unidos.
Tonadas que desde los años 70 empezaron a llenar de jóvenes las tiendas de discos de África, de América Latina, de Europa y de todo el mundo.
No obstante, todavía fue necesario el repudio a las concursantes de belleza blancas de Sudáfrica y a los equipos sudafricanos que querían participar en las competencias deportivas internacionales, obligando a su presidente Pieter Willem Botha a tomar el té en julio de 1989 con el negro, su conciudadano, al que su gobierno identificaba apenas con el número 46664.
Pero de nada le sirvió porque el 14 de agosto de ese mismo año Botha, que había enviado a la tortura a miles de sudafricanos anti-apartheid, tuvo que renunciar para ser sustituido por Frederik Willem de Klerk, el último presidente que primero vio caer el Muro de Berlín, en noviembre de 1989, antes de permitir que Mandela saliera de prisión. El régimen racista había muerto.
Todavía en diciembre de 1989 Klerk invitó a Mandela, según él, “para discutir la situación”. Pero tuvo que legalizar de último minuto al prohibido Congreso Nacional Africano (CNA), liberar el 2 de febrero de 1990 a su conciudadano negro al que había tratado de “terrorista” y, sobre todo, abrir la vía para desechar la Constitución racista y sustituirla por una nueva.
Dejó huella en la Constitución
Fue así como el abogado negro pudo abandonar a los 70 años su última prisión de Victor Verster en la Provincia Occidental del Cabo para convertir en ley, después de alcanzar la Presidencia de su país en 1994, el pensamiento de todos aquellos que hicieron posible la caída del apartheid.
Es como si en sus lejanos años de estudios en la Universidad de Witwatersrand, Mandela, el único estudiante nativo africano, hubiese adivinado el camino que había de seguir para garantizar que su legado sobreviviera mucho tiempo después de su desaparición física.
Hoy, el Artículo 28 la Constitución Sudafricana de 1996, estipula en su inciso “a” que: “Todo niño tiene el derecho a un nombre y a una nacionalidad desde su nacimiento”.
Fue así como Rolihlahla sentó las bases para que las generaciones de sudafricanos que le siguieran nunca volvieran a ser tratadas como esclavas en su propia tierra.
Por eso la Carta Magna que sustituyó a la constitución racista de abril de 1961 habla menos sobre “la ley y el orden” y mucho más sobre la dignidad humana, pues en el inciso “a” de su Capítulo I consagra el derecho a: “La dignidad humana, el logro de la igualdad y el avance de los derechos y libertades de los humanos”. Y en el inciso “d” el derecho al sufragio universal.
Y no menos importante, que la Constitución de 1996 envió a la basura la ordenanza del 1 de marzo de 1956 que sintetiza en su inciso “2” contra qué lucharon miles de sudafricanos negros al lado de Mandela y de los líderes que lo acompañaron y lograron su liberación:
Cualquier persona que obstinadamente entre o use cualquier establecimiento público, vehículo, o cualquier porción de éste; o cualquier mostrador, banca, asiento u otro equipamiento o artilugio (…) que ha sido reservado para el uso de personas pertenecientes a una raza o clase particular, a la que aquella no pertenezca, será culpable de una ofensa pagadera con una multa no superior a 50 libras o a prisión por un periodo no mayor a tres meses, o a ambas…”.
Llevó su mensaje a EU
El 26 de junio de 1990 Mandela encendió el optimismo en el Congreso de Estados Unidos y se ganó por mérito propio un sitial entre íconos como Martin Luther King y Malcom X.
El entonces caudillo del CNA se embarcó en 1990 en una gira mundial que incluyó encuentros con la primera ministra británica Margaret Thatcher, el presidente de EU, George H. W. Bush, y un discurso ante ambas cámaras del Congreso estadunidense.
La gira por ocho ciudades estadunidenses obtuvo resultados sustanciales para la liquidación del apartheid en Sudáfrica.
De pronto, el hombre que había sido sólo el nombre sin imagen de un prisionero por más de un cuarto de siglo se convirtió en persona visible, con un discurso cuidadosamente balanceado entre la búsqueda de conciliación racial e intransigencia ante el régimen racista sudafricano.
En cada una de sus escalas en EU Mandela atrajo a multitudes.
La visita tuvo un éxito tremendo y en particular el discurso de 54 minutos el 26 de junio ante una sesión conjunta de ambas cámaras del Congreso, donde Mandela abogó por que se mantuvieran las sanciones internacionales contra el régimen racista de Pretoria.

