
CIUDAD DE MÉXICO, 23 de agosto.- Las puertas de las 886 celdas de Lecumberri que durante 75 años estuvieron cerradas hoy están abiertas. Aunque cualquiera juraría que están abiertas en señal de libertad, la realidad es que el encierro podría acumular humedad en estas viejas paredes y filtrarse hasta los valiosos documentos del Archivo General de la Nación.
En 1900, Lecumberri se inauguró como la penitenciaría de la Ciudad de México y las puertas se idearon para que los presos con sentencias de más de cinco años pasaran en total aislamiento el primer tercio de su condena, pero 82 años después, cuando el Archivo General de la Nación comenzó a operar en esta sede, literalmente se abrieron todas las puertas de lo que fue la cárcel más temida del siglo XX y conocida como El Palacio Negro para invitar a la ciudadanía a indagar sobre la historia de México, en el mismo recinto que hace menos de tres décadas pisarlo significaba, sin duda, la peor de las desgracias, era como entrar en El Infierno.
Dejar las puertas abiertas no se pensó como una cuestión simbólica, la tiene, porque ésta es la casa de la represión, la casa del castigo.” Diego Martín, Departamento de Servicios Educativos del AGN
Es un sitio cargado con las peores vibraciones de México. Debieron derruirlo.” José Agustin, Escritor (en Rock de la cárcel)
“Creo que aunque dejar las puertas abiertas no se pensó como una cuestión simbólica, la tiene, porque ésta es la casa de la represión, la casa del castigo y la casa de la memoria”, reflexionó Diego Martín, antropólogo y director del Departamento de Servicios Educativos del AGN.
A mediados del siglo XIX, el ingeniero Antonio Torres Torija estudió los clásicos penitenciarios como el de La Santé, de París, y el de Filadelfia, para construir 886 celdas en Lecumberri, la que sería la cárcel más moderna de América Latina. Todas las celdas se agrupaban en siete crujías que parecían los brazos de una estrella y en el centro del astro había una Torre de Control o Panóptico de 35 metros de altura, desde el cual la autoridad vigilaba a los presos.
“La genialidad del panóptico inventado por el filósofo británico Jeremy Bentham es que una persona con sólo girar sobre su propio eje, podía vigilar a mil personas en segundos”, comentó Diego Martín.
Pero como ese panóptico también era el ejemplo de la arquitectura carcelaria y represiva más importante del continente, el gobierno del ex presidente José López Portillo exigió que en la remodelación del Palacio Negro se eliminara la imponente Torre de Control y con esta ausencia borrar una de las principales representaciones de Lecumberri.
El Archivo General de la Nación cumple hoy 190 años, después de que en 1823, el Supremo Poder Ejecutivo determinó que se organizara como un establecimiento de servicio público y nacional, en el cual se depositarían los documentos de la desaparecida administración virreinal y de las nuevas instituciones.
En casi dos siglos, el archivo ha acumulado 60 kilómetros lineales de documentos y para imaginar la magnitud, podría compararse con la altura de 319 edificios como la Torre Latinoamericana.
El acervo del archivo comenzó a enviarse a Lecumberri a finales de los 70, después de que el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) aceptara la posibilidad de que la prisión recién clausurada por violaciones a los derechos humanos de los presos se convirtiera en el Archivo General de la Nación a petición de un grupo de historiadores. En el recinto carcelario había una sobrepoblación diez veces mayor a su capacidad y crueles celdas de castigo llamadas “Apandos”, sin luz, ventilación y con mingitorios atascados.
Entonces, las siete crujías que por más de 75 años fueron corredores de celdas son ahora almacenes de documentos y centros de estudios, visitados en su mayoría por historiadores e investigadores de instituciones como la UNAM, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, del Colegio de México y la Iberoamericana, de acuerdo con Miguel Ángel Quemain, ex funcionario del AGN.
El paso del tiempo
“Pepe el Toro es inocente”, gritó El Tuerto por una de las rendijas de la celda en la película de Nosotros los pobres, esos corredores de ser zonas de bullicio, sucias, llenas de dolor, violencia, habitadas por criminales e inocentes, como se muestra en esta clásica escena; se convirtieron en sitios ceremoniales a los cuales ingresan sólo personas con credencial de investigadores que expide el mismo AGN, donde está prohibido hacer ruido y usar teléfonos celulares. Se exige el uso de guantes de látex y cubrebocas para manipular el material histórico.
Otra transformación importante en el corazón del Palacio Negro de Lecumberri es que las siete crujías dejaron de identificarse con letras como en aquellas épocas de prisión y ahora están divididas por números y se llaman galerías.
En la crujía B, por ejemplo, estaba el mayor centro de distribución de droga; en la E estaban los detenidos por robo; en la F estaba llena de chavos jipitecas que habían pintado hongos y signos de paz por todos lados y que “oían buen rockcito”, escribió José Agustín, en su libro El Rock de la Cárcel, en el que documentó su paso por Lecumberri en 1970, al ser detenido por supuesto tráfico de drogas. Y en la letra J enviaban a los presos homosexuales, por lo que el mote de “jotas” se quedó para referirse a ellos de manera despectiva.
Dos décadas después de ser encarcelado José Agustín y ya con el Archivo General de la Nación operando en Lecumberri, escribió en su último capítulo de su libro: “Es un sitio cargado con las peores vibraciones de México. Debieron derruirlo”.
En este cambio de crujías a galerías se usó un poco la lógica de la prisión para reorganizarlas, sólo que en lugar de separarlas por un delito u orientación sexual, cada número representa un tema o una institución.
Por ejemplo, en la galería 1 y en la galería 2 están los informes policiacos de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS); en la galería 3, los archivos presidenciales, desde Francisco I. Madero hasta Vicente Fox (por cierto, a Madero lo asesinaron a espaldas de la penitenciaría y hasta le practicaron la necropsia dentro de Lecumberri, en la enfermería); en la galería más visitada, la 4, están dos mil volúmenes de la Santa Inquisición, y así consecutivamente se llenaron los siete brazos o crujías.
Pero como las celdas fueron insuficientes para archivar el acervo, con Carlos Abascal al frente de la Secretaría de Gobernación (Segob) se destinaron 62 millones de pesos para construir otra galería, una externa, la número 8, en la que se guarda una fototeca con más de cinco millones de imágenes, que tiene algunos negativos que superan el metro y medio de largo.
La galería ocho quedó ubicada a un costado de lo que era el siquiátrico de la cárcel y que también se usó para torturar a los presos, como narró Óscar Menéndez en el documental Historia de un documento.
Así como en el Palacio Negro de Lecumberri se archivan los documentos de varios periodos de la historia de México, la penitenciaría encarceló a protagonistas que participaron en distintos hechos que marcaron el rumbo del país: la Revolución Mexicana, la guerra cristera y los movimientos sindicales y estudiantiles de los años 60. Por aquí pasaron personajes famosos como Pancho Villa, el muralista David Alfaro Siqueiros, el escritor José Revueltas, el líder social Heberto Castillo y hasta el cantante Juan Gabriel.
Siqueiros, durante una de sus cuatro estancias esta prisión, pintó el biombo Licenciado, no te apures, como parte de una escenografía de la obra de teatro que criticaba a un abogado que sólo les daba largas a los presos. Esta pintura está exhibida sobre el pasillo principal que conduce a las siete galerías.
Todavía quedan unos 40 gatos en Lecumberri, de la gran manada que llevaron hace varios años a las instalaciones de la ex penitenciaría con todo y presupuesto federal, pues con los recursos asignados al AGN también se alimentaba a los pequeños felinos para que aniquilaran la plaga de ratas que había dejado la insalubridad de la cárcel.
Parece que el Palacio Negro está condenado a ser un espacio insuficiente para su operación, primero se clausuró como cárcel por la sobrepoblación y no transcurrirán otros cinco años para que el Archivo General de la Nación también cierre sus puertas en Lecumberri, porque así como un día dejó de haber lugar para los presos lo mismo pasará con el papel.





