CIUDAD DE MÉXICO, 1 de abril.- A unos metros del Estadio Nacional de Chile, el más importante de ese país, se encuentra una calle con el nombre de Carlos Dittborn Pinto, el chileno nacido en Brasil que tuvo más labia que un argentino para ganar la sede del Mundial de 1962 durante un Congreso organizado por la FIFA en Lisboa, Portugal, en 1956.
En la reunión de Lisboa, el representante de Argentina, Raúl Colombo, se apoyó en toda la infraestructura de su país para armar un discurso que tenía la intención de convencer a los dirigentes de la FIFA de que Argentina era el sitio ideal para organizar la Copa del Mundo de 1962. Habló de la pasión de sus compatriotas por el futbol, la capacidad de sus estadios y todas las ventajas que se ofrecían para reunir a las 16 selecciones que se tenían consideradas para participar. Cerró su ponencia con alardeo: “Podemos hacer el Mundial mañana mismo. Tenemos todo.
Al otro día, fue el turno del directivo de Chile, Carlos Dittborn Pinto. El andino, hijo de diplomáticos, evitó la verborrea y centró en cuatro puntos el sermón. Mencionó la continua presencia de Chile en torneos y congresos organizados por la FIFA, el clima deportivo, la tolerancia de credo y raza y la estabilidad política e institucional del país.
Antes de culminar su turno al frente, Dittborn miró de reojo a su comparsa argentino, volvió la atención a los presentes y exclamó: “Defiendo mi causa, espero su apoyo”.
Venció Chile en las votaciones gracias a 32 votos a favor, diez en contra y 14 sufragios entregados en blanco.
Chile festejó la elocuencia de su enviado al congreso y comenzó con las obras para organizar la Copa del Mundo que tendría como protagonistas a los brasileños Pelé y Garrincha, y observaría cómo Checoslovaquia se quedaría a un paso de llevarse a casa la famosa Jules Rimet.
La efervescencia que causó la elección de Chile como sede de un Mundial estuvo apunto de ver el fin en 1960. El trabajo de los andinos se vino abajo en un chasquido. Tembló.
Un terremoto de 9.5 grados en la escala de Richter, con epicentro en la comunidad de Valdivia, arrasó con todas las ciudades del Sur, provocó más de 50 mil muertos y afectó a más de dos millones de chilenos.
Chile se olvidó de acaparar la atención del mundo con la justa futbolística y viró sus esfuerzos en reconstruir el país. Dittborn, quien había convencido a la FIFA, se reunió con el presidente, en ese entonces, Jorge Alessandri, y se decidió que se regresaría el dinero dispuesto para la Copa del Mundo. El país de la Patagonia se despedía del sueño mundialista.
Dittborn comenzaría los cabildeos para no perder la sede del Mundial. Valdivia, Concepción, Talcahuano y Talca fueron descartadas del programa para la Copa del Mundo y, en menos de dos años, se formuló uno nuevo.
Santiago se mantuvo como el principal bastión. Se unió el municipio de Viña del Mar y la Junta de Adelanto de Arica tuvo la capacidad para remodelar sus instalaciones deportivas. La empresa Braden Copper Company se unió a los esfuerzos y habilitó su estadio en Rancagua para albergar algunos partidos del Mundial. Alzado del suelo, Chile abrió su corazón para el futbol.
Dittborn había logrado superar la adversidad y tenía cuatro sedes, una por grupo, para recibir el Mundial de 1962. La muerte fue el único obstáculo que frenó al dirigente chileno. Treinta y dos días antes de la inauguración, una enfermedad en el páncreas no le permitió al directivo apreciar el resultado de su obra.
En Chile desembarcaron los equipos de Yugoslavia, Alemania Federal, Argentina, Brasil, Bulgaria, Colombia, Checoslovaquia, España, Hungría, Inglaterra, Italia, Suiza, Unión Soviética, Uruguay y México.
Los periódicos andinos cedieron sus portadas a las historias que acompañaban al yugoslavo Lev Yashin, reconocido como La araña negra por su habilidad bajo el arco, las sonrisas de Pelé y Garrincha se robaron los titulares cuando aparecieron por primera vez en el aeropuerto de Santiago. Luis Cubilla era señalado como la figura de Uruguay e Inglaterra se anunciaba con el mejor jugador de su historia, Bobby Charlton, en sus filas.
México, por su parte, presumía tener al portero con más Mundiales jugados en sus filas: Antonio La Tota Carbajal se preparaba para jugar su cuarto Mundial. “El más importante de todos, ahí ganamos nuestro primer partido en una Copa del Mundo”, confesó Carbajal.
El representativo de Chile sería eliminado en semifinales y en el Estadio Nacional de Santiago Brasil ganaría su segunda Copa del Mundo.
Discurso en Lisboa pronunciado en inglés
Carlos Dittborn nació el 19 de abril de 1921, en Río de Janeiro, donde su padre, Eugenio, era cónsul de Chile. Hablaba inglés, francés, portugués y español, y entendía el italiano. Su discurso en Lisboa lo pronunció en inglés, no en cuatro idiomas como ha dicho el comentarista Julio Martínez y se repite en internet. “En el Comité Ejecutivo hablé en inglés y el intérprete de francés resultó algo sencillamente sensacional. Nunca vi nada igual. Repitió palabra por palabra mi exposición, le dio la misma inflexión a la voz, puso el mismo calor, como si él estuviera defendiendo su causa”.
El gran hito con que se recuerda a Dittborn es una frase que él nunca dijo. La mítica sentencia: “Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo”.
En el tablero marcador del estadio de Arica, bautizado Estadio Carlos Dittborn a su muerte, se lee esa oración. Pablo Dittborn Barros, uno de los dos hijos del dirigente que izaron la bandera en el partido inaugural del Mundial, cuenta: “Le pregunté a mi madre, Juanita, y ella confirmó que mi padre nunca mencionó esas palabras, sino que se trataba del título de una entrevista en El Mercurio”. La revista Vea consignó en mayo de 1962: “Equivocadamente le atribuyen su triunfo a una frase feliz, olvidando su entusiasmo avasallador, su tenacidad sin límites y su contagiante optimismo”.
“De los recuerdos más antiguos –continúa Pablo Dittborn–, el más claro es el del regreso desde el congreso de Lisboa en 1956. Fuimos a recibirlo al aeropuerto de Los Cerrillos y no llegó el avión. Un telegrama enviado a la Federación de Futbol decía que llegaría al día siguiente, y nadie le avisó a la familia.”
Se preparó un recibimiento con una banda musical y carteles alusivos a los “triunfadores de Lisboa”. Al pie de la escalinata del avión, en la losa, un Ford 54, escoltado por un radiopatrulla blanco y negro de Carabineros, los llevó raudamente a La Moneda, donde aguardaba el Presidente de la República, Carlos Ibáñez del Campo.
La tarea inicial de su padre, después del apoyo obtenido desde el gobierno, fue buscar un director técnico: “El primer entrenador en que pensó fue Sergio Livingstone, a quien le ofreció que hiciera el curso en Europa. Cuando el Sapo no aceptó, eligió a Fernando Riera”. Desde entonces, el ex jugador de la Universidad Católica y luego entrenador con estudios en Europa se hizo una visita frecuente en la casa de los Dittborn Barros. Riera usaba a Carlos Dittborn como su libro de quejas permanente. Llegaba de improviso y se largaba.
“Una vez estaba mi padre afeitándose ante el espejo; llegó Riera a su lado y le dijo: ‘¡No aguanto más!’. Estaba cansado de los dirigentes...”
Otra de las decisiones clave que debió tomar el Comité Organizador fue la elección de las subsedes. Muchas ciudades postularon, pero al final se escogieron las que no resultaron afectadas por el terremoto de 1960 y que además, tomando en cuenta la crisis económica desatada por el desastre, pudieran autofinanciarse.
Recuerda Pablo Dittborn que su padre sufrió el odio y el desprecio de las sedes desechadas: “Cuando se designaron las cuatro sedes del Mundial (Arica, Viña del Mar, Santiago y Rancagua), las ciudades descartadas (Antofagasta, La Serena, Valparaíso, Talca y Concepción) lo criticaron mucho. El senador por Antofagasta, el democratacristiano Tomás Pablo [quien años más tarde le pusiera la banda presidencial a Salvador Allende], lo declaró persona no grata”.
Vista la complejidad de organizar un Mundial, Carlos Dittborn empezó a ser un padre ausente. Los recuerdos de su hijo Pablo son leves y hasta borrosos.
- Fragmento de Historias secretas
del futbol chileno







