BERLÍN, 28 de enero.– La primicia periodística que comenzó a ofrecer el periódico Die Welt el domingo pasado fue producto de una casualidad y ha confrontado una vez más al país al peor capítulo de su historia reciente, al ofrecer a sus lectores una serie de siete capítulos escrita con base en unas 700 cartas firmadas por Heinrich Himmler, el poderoso y temido jefe de las SS y organizador del Holocausto, y que fueron redactadas a partir de 1927, un hábito que duró hasta pocos días antes de su muerte en mayo de 1945.
Las misivas muestran al criminal como un ser humano pequeño burgués, bondadoso con su esposa y su hija, pero también radical en su forma de actuar con respecto a los judíos, “una raza inferior que debía ser eliminada del planeta Tierra”. La documentación también deja al desnudo la esencia del asesino, un hombre que mientras fue jefe de las SS vivió en paz consigo mismo y que se consideró siempre como el “ejecutor” de una ideología que debía llevar al poder a la raza aria.
La correspondencia de Himmler, más decenas de fotos inéditas del genocida y el original de los diarios de su esposa Margarete, llegaron a manos del periódico gracias a una decisión voluntaria de la cineasta israelí, Vannesa Lapa, descendiente de supervivientes del Holocausto. Su padre había comprado la inédita colección a un judío de Tel Aviv, quien vivió obsesionado con los documentos durante toda su vida. Hace tres años, la cineasta decidió que había llegado la hora de dar a conocer los documentos y los ofreció al periódico.
Después de comprobar que todo el material era auténtico, Die Welt inició la publicación que ha causado sensación en el país. Por primera vez, Alemania tiene la posibilidad de conocer detalles privados de uno de los peores asesinos del III Reich, un hombre que nunca le dio una importancia real a los crímenes que cometió y que los consideró como algo que debía quedar al margen de su vida familiar. “Hoy hemos tenido mucho que hacer. Los combates son muy duros estos días, también para las SS”, le escribe Himmler a su esposa el 7 de julio de 1941, al referirse a la resistencia que encontraron sus soldados durante la invasión a Rusia.
Con una letra arcaica y firme, Himmler relata a su esposa Marga detalles de su trabajo, le envía fotos y comentarios sobre sus viajes, pero nunca menciona los pogromos ni las ejecuciones, matanzas que consideraba normal y a las que tampoco le daba importancia. Pero el asesino se queja con su “dulce, querida y pequeña mujer” del “asqueroso” Berlín y las aburridas sesiones parlamentarias en el Reichstag de 1931.
La documentación también revela que Himmler tuvo una amante fija a partir de 1938 con la que tuvo dos hijos, una realidad que se refleja en las cartas que envía a su esposa Marga a partir de ese año y donde se nota la falta de palabras cariñosas. Pero el jefe de las SS justifica la “decencia” de su relación extramatrimonial con su secretaria, Hedwig Potthast, como una “obligación” de los “arios” de reproducirse.
En 1942, Himmler viajó a la Polonia ocupada para visitar Auschwitz, que se ha convertido en el símbolo del Holocausto. “Viajo a Auschwitz. Besos: tu Heini” le escribe, al anunciar su viaje. Durante su visita al campo de concentración, Himmler fue testigo de la muerte de varios cientos de judíos en las cámaras de gas.
Hace ocho años, el historiador alemán Peter Longerich se formuló una pregunta sobre el jerarca nazi Heinrich Himmler que nunca antes nadie había intentado responder: “¿Cómo pudo un personaje mediocre alcanzar tanto poder?” Longerich necesitó más de mil páginas para intentar buscar una respuesta adecuada y poder explicar la metamorfosis criminal de un joven bávaro, solitario, tímido y misógino, que se convirtió en un monstruo que soñó, mientras fue el jefe de las temidas SS, con eliminar de la faz de la Tierra a todos los seres indeseables para el nuevo imperio que estaba por nacer: la gloriosa Germania.
El libro, Heinrich Himmler, una biografía, escrito por el historiador se convirtió en best-seller en Alemania y la extensa biografía de Longerich, un académico de la Universidad de Londres y experto en el Holocausto, se convirtió también en el primer gran trabajo sobre el arquitecto de la eliminación del pueblo judío en Europa. Según el autor, Himmler fue un burócrata criminal que escaló los peldaños del poder gracias al sueño que impregnó su vida y que persiguió hasta su muerte en 1945: Un mundo que debía ser controlado por los alemanes arios y en el que no había lugar para los judíos, los eslavos, los homosexuales, los minusválidos y los llamados asociales, a los que Himmler describió como “escoria humana”.
Para Himmler, el Holocausto sólo era el punto de partida para un nuevo y gigantesco genocidio con millones de víctimas, que se habría llevado a cabo si los aliados no hubieran derrotado al imperio nazi en 1945. Himmler ordenó asesinar a los judíos porque era responsable de la lucha contra los partisanos y, según él, cada partisano era judío, pero también porque necesitaba sus viviendas para los alemanes que debían poblar los territorios liberados.
“En el momento culminante de la política de conquista del nacionalsocialismo –en el otoño de 1941 y antes de que fracasara en Moscú la ofensiva de la Wehrmacht–, él reemplazó la idea de un Reich alemán por la visión de un gran imperio germano regido por un sistema totalitario que debía construir en forma consecuente una jerarquía racista y cuya meta sería la eliminación de la raza judía”, señala el historiador.
Himmler cegado por el poder pudo haber intentado cambiar el rumbo de la historia si hubiera leído con atención lo que su hija Gudrun le escribió en una carta casi premonitoria, el 22 de junio de 1941. “Es terrible que estemos en guerra con Rusia. Es un país tan grande y, si queremos conquistarlo, la lucha será muy difícil”.
La última carta que envió Himmler a su esposa y su hija, es quizás la más interesante y está fechada el 17 de abril de 1945. Berlín ya casi había sido ocupada por el Ejército Rojo, Hitler se encontraba en su búnker y el poderoso jefe de las SS se hallaba a unos 100 kilómetros de la capital, escondido en un sanatorio de su ejército, intentado negociar su propia supervivencia.
“Los tiempos se han vuelto terriblemente difíciles para todos nosotros. A pesar de todo sigo creyendo que todo cambiará para bien, pero será muy difícil”, escribe Himmler. “El antiguo nos protegerá y también al valeroso pueblo alemán y no nos dejará perecer”, anota.
Tras el suicidio de Hitler, el fanatismo de Himmler le impulsó a buscar una segunda carrera política, esta vez al lado de los aliados, para combatir la amenaza soviética. Cuando fue hecho prisionero por las tropas británicas solicitó una entrevista con Dwight D. Eisenhower. El encuentro nunca tuvo lugar y Himmler se suicidó, el 23 de mayo de 1945, con una cápsula de cianuro que tenía escondida entre los dientes. Su cadáver fue enterrado en las cercanías de Lüneburg.









